domingo, 9 de agosto de 2020

INMOLACIÓN DE LOS PRÓCERES DE LA INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA 2 DE AGOSTO DE 1810



Recordando la masacre del 2 de agosto de 1810 .

El motín del 2 de agosto de 1810, fue un disturbio ciudadano ocurrido en Quito, capital de aquel tiempo la Audiencia y Cancillería Real de Quito, en la que la agrupación de patriotas asaltó el Real Cuartel de Quito con la pretensión de liberar a los próceres que habían colaborado el año anterior en la Primera Junta de Gobierno Autónoma de Quito y que habían sido denunciados de crímenes de lesa majestad para los cuales el fiscal pedía pena de muerte.

La población quiteña asaltó dos cuarteles y una cárcel pero las jurisdicciones realistas reaccionaron ejecutando a los presos. Luego,  el conflicto se extendió a las calles de la ciudad. Entre 200 y 300 personas (1% de la población de entonces), perdió la vida en  el combate. El saqueo de las tropas realistas produjo pérdidas valoradas entre 200 y 500 mil pesos de aquel año. La matanza como venganza,  fue organizada por el gobernador realista, Manuel Ruiz Urriés de Castilla y Pujadas, I conde de Ruiz de Castilla, tuvo amplia trascendencia en toda la América Hispana, como un acto de crueldad y justificación de la "Guerra a Muerte" decretada por el libertador Simón Bolívar.

El Primer Grito de Independencia. El 2 de agosto de 1810

Los realistas de Quito y la Audiencia no fue de agrado el anuncio de la llegada del delegado regio Carlos de Montúfar.  Prontamente enviaron  a Bogotá el juicio en contra de los patriotas, esperando  las sentencias de muerte dictadas por el virrey. La persecución fue a todos los implicados,  como también a todas las clases sociales:

"El marqués de Miraflores murió de aflicción, cautivo en su propia casa, y cuando el gobierno traslució la muerte, mandó custodiar el cadáver y lo conservó hasta que fue enterrado, pues presumió que se trataba de una fuga bajo el amparo de la mortaja de los muertos. La ampliación y persistencia de esta persecución alarmó a todas las clases  sociales, y fueron centenares los que se ocultaron o huyeron buscando seguridad. Los víveres, en consecuencia, comenzaron a escasear hasta el término de comprarse la fanega de maíz en diez pesos, la de trigo en cuarenta y así todos los alimentos; y las tropas que habían llegado, apoyadas a la protección de Arredondo, pusieron a rienda suelta sus  malas tendencias e injusticias. Ruiz de Castilla  dominado por el imperio de Arredondo, se dejaba llevar como un niño.”

La incertidumbre entre los quiteños y los realistas iba  fortaleciéndose. Empezaron los rumores de asesinar  a los presos y del propio delegado regio, quien aún no arribaba a Quito. Un capitán de apellido Barrantes advirtió con ejecutar a los presos si las turbas intentaban asaltar la cárcel, rumor que surgió a correr a fines de julio y principios de agosto. Entonces, grupos de vecinos formularon un plan para liberar a los presos. Se atacarían dos cuarteles: el Real de Lima y el de Santa Fe, que actualmente forman el Centro Cultural Metropolitano de Quito, y una casa cercana denominada El Presidio, donde estaban presos los hombres del pueblo llano. Intento de liberación de los reclusos

Cuartel Real de Lima (actual Museo Alberto Mena Caamaño), lugar en el que acontecieron los  eventos.

Llegó entonces el jueves 2 de agosto de 1810, poco antes de las dos de la tarde las campanas de la catedral tocaron a la convocación. Era la señal acordada para que los conspiradores, que paseaban discretamente por la Plaza Mayor, y los atrios de la catedral y la iglesia de El Sagrario, entraran en acción. Se considera que no menos de tres mil soldados tenía el ejército colonial, a los que planeaba enfrentarse un puñado de patriotas.

El primer ataque fue contra El Presidio, según destaca Pedro Fermín Cevallos:

Llegó el día y la  hora en que los conspiradores acababan de asegurarse, sonando las campanas de alarma, y los llamados Pereira, Silva y Rodríguez, capitaneados por José Jerez, acometen contra el penal, matan al guardia de una puñalada, hieren al oficial de servicio, dispersan a los vigilantes y se incautan  sus armas. En esta cárcel había sólo una escolta de seis hombres con el oficial y cabo respectivos, logran  libertar a los presos, se visten, en junta de seis de estos, de los uniformes que encuentran a mano, y salen hechos soldados y con armas, directo a los cuarteles en auxilio de sus compañeros, a quienes suponían luchando todavía, conforme al acuerdo estipulado. Los otros presos huyeron la mayor parte, y cinco de ellos, atribuyéndose de honrados, se quedaron en el presidio para acoger poco después una muerte injusta.

El segundo ataque fue contra el Cuartel Real de Lima, en la actual calle Espejo:

Al repique de las campanas, quince minutos antes de la hora dada, Landáburo a la cabeza, y los dos hermanos Pazmiños, Godoy, Albán, Mideros, Mosquera y Morales, armados de puñales, obligan y derrotan la guardia del real de Lima, y quedan dueños del cuartel.  Con las armas  intimidan a los soldados que se  encuentran esparcidos por los pasillos bajos y patio, se van en cadena a los calabozos para dejar libre a los presos que, a juicio de ellos, era lo más necesario y apremiante para el buen triunfo de su valentía.

El capitán realista Galup, al prevenir el atraco, grita "fuego a los presos" y desenvaina la espada para atacar. Cae,  luchando con valentía atravesado por una bayoneta. En el primer momento, y tomados por sorpresa,  500 soldados de la guardia (del batallón de Pardos y Morenos de Lima) no mostraron demasiada resistencia; pero después reaccionaron y disparando un cañón hicieron fuego sobre los agresores.

Durante lo ocurrido, el tercer grupo, que debía atacar el cuartel de Santa Fe, no lo hizo. Esto dio tiempo a los militares neogranadinos de reaccionar. La batalla empezó a difundirse en las calles. El oficial realista Villaespesa cae muerto, por lo que el comandante de los neogranadinos, Angulo, se hizo presente en su cuartel y tomó el dominio del lugar.

Al llegar Angulo y no ser atacado, los soldados neogranadinos usan uno de sus cañones para derribar la pared que separaba su cuartel del Real de Lima, en donde se suman al conflicto. Los ocho quiteños que embistieron el cuartel fueron tomados por sorpresa; dos de ellos,  Mideros  y Godoy, cayeron muertos al procurar escapar. Angulo mandó cerrar la puerta del cuartel y comenzaron los asesinatos.

De oportunidad, la gente que había liberado a los detenidos en El Presidio procuró atacar el cuartel, pero desde el contiguo Palacio Real de las ventanas del cuartel empezaron a disparar los realistas, ahuyentando a los sublevados. En el interior, los soldados comenzaron a cumplir su amenaza de fusilar a los presos. Contrariamente a la creencia popular de que los mataron en los sótanos del cuartel -reforzada por la instalación de un museo de cera en el siglo XX-, la mayor parte fueron asesinados en los pisos altos y   solo un  preso del sótano murió. Incluso, quienes estaban en las catacumbas lograron llegar  a las alcantarillas y el estrecho bajo el edificio  logrando huir por ellas.

La consternación que tuvo la ejecución del prócer Manuel Quiroga, ejecutado frente a sus hijas, que habían acudido a visitarlo.

La forma en la que el joven sublevado Mariano Castillo se salvó de la masacre, haciéndose pasar por muerto, fue muy comentada:

Aconteció que otros próceres que se salvaron de la muerte por diferentes medios:

Don Pedro Montúfar, don Nicolás Vélez, el presbítero Castelo, don Manuel Angulo y el joven Castillo, de quien hablamos, fueron los únicos presos que, de los que ocupaban los calabozos altos, lograron huir. Montúfar se hallaba muy enfermo, y había conseguido  salir del cuartel tres días antes del fatídico día: Vélez disimuló ser loco ante el remate, y con tanta naturalidad que, mofándose de la inspección y examen de los facultativos, tuvo que ser arrojado a empujones del cuartel como insoportable demente; Castelo y Angulo consiguieron fugar en junta de los asaltadores al cuartel, porque posiblemente no estuvieron aherrojados como los otros presos, o estuvieron ya desengrillados. En los calabozos bajos sólo fue asesinado don Vicente Melo: el resto escapó,  uniéndose a Landáburo y  los Pazmiños,  huyeron por los agujeros que iban directo por la  quebrada que recorre bajo el cuartel.

La matanza en las calles de Quito

Estampilla donde se muestran imágenes de la matanza

Concluida la ejecución de los patriotas, las tropas coloniales empezaron a disparar a la población que se encontraba afuera del cuartel y en las calles próximas. Algunos de los conspiradores respondieron con fuego de fusiles y escopetas. El conflicto inició en la actual calle García Moreno. Los sublevados disparaban contra las fuerzas coloniales, hasta que fueron obligados a retornar hacia la actual calle Rocafuerte, donde está ubicado el Arco de la Reina y el Museo de la Ciudad (tradicional  hospital San Juan de Dios).

Los soldados realistas ascendieron al Arco y desde ahí cogieron en dos fuegos a los quiteños, frente a la Iglesia de la Compañía. Los quiteños se esparcieron, conduciéndose a los barrios de San Blas, San Roque y San Sebastián. Un testigo presencial, convocado por Cevallos, dice:

«Uno de los presos que salieron del prisión, dice el doctor Caicedo, se colocó en el acera de la Catedral, y desde allí arrolló a los mulatos (las tropas de Lima), acabados los cartuchos le acertaron un balazo. Quedó caído y medio muerto, y fueron a eliminarle con las cachas de los fusiles. Repitieron la escena con una india que estaba en la plaza (de la Independencia),  y con un músico que iba para el monasterio del Carmen de la nueva fundación. Todo esto pasó por mi vista».

Hasta algunas mujeres quiteñas se sumaron a la lucha, como refleja este testimonio:

Pasó una patrulla armada hacia el puente de la Merced,  vieron  pocas mujeres que no pasaban de seis. Se encargaron  de perseguirla y asesinarla,  con  piedras logrando ponerla en fuga vergonzosa.

La orden de Ruiz de Castilla, iba más a allá del simple saqueo: había dispuesto incendiar la ciudad como venganza. Otro español, el oidor de la Real Audiencia Tenorio, se opuso al castigo. Pero los soldados cumplieron con el resto del precepto, que consistía en:

Salieron todos los soldados en patrulla por todas las calles, matando a fuego y espada a cuantos encontraban en el camino, a cuantos veían en los balcones y cuantos se paraban en las tiendas y zaguanes; no escapándose de este rigor niños ni mujeres, de los cuales se sabe que fueron hasta trece y de las mujeres tres.

A la matanza, las tropas realistas se sumaron al saqueo. Precisan los testigos presenciales, en testimonios conservados por Cevallos:

Entraron en las casas que más noticias tenían de acaudaladas, y saquearon cuantos doblones, moneda blanca, alhajas, plata labrada y ropas encontraron. La de don Luis Cifuentes, al que le quitaron más de siete mil pesos en doblones, cincuenta y siete mil en dinero blanco. No contentos con robarse lo dicho, despedazaron muchos espejos de cuerpo entero, arañas de cristal y relojes de mucho aprecio, saliendo con los baúles a la calle en la esquina de San Agustín (Venezuela y Chile actualmente) a repartirse entre ellos todo lo que habían saqueado. Por la noche rompieron muchísimas puertas de tienda, y cobachuelas del comercio  las dejaron en esqueleto, continúan aún hasta hoy haciendo muchísimas extorsiones, hiriendo y lastimando a los que procuran defensa.

  

PRIMER GRITO DE INDEPENDENCIA, 10 DE AGOSTO DE 1809

 



El 10 de  agosto de 1809: Primer Grito de  Independencia del Ecuador, celebramos libertad e igualdad en nuestro país.

La noche del 9 de agosto de 1809, hubo una  gran manifestación por parte de los patriotas y  del pueblo criollo quiteño se reunieron en la casa de Manuela Cañizares, dama quiteña comprometida por la independencia del país. Decidieron reunirse un grupo conformado por nobles criollos, doctores, marqueses con el objetivo de organizar  una junta suprema de gobierno. En esta junta se nombró a Juan Pío Montufar Marqués de Selva Alegre como Presidente, el obispo Cuero y Caicedo como vicepresidente, en el despacho del Interior a Juan de Dios Morales, en el de Gracia y Justicia a Manuel Rodríguez de Quiroga y en el de Hacienda a Juan Larrea.  Los patriotas impresionaron a los comandantes españoles del cuartel de Quito y rodearon el Palacio Real, actual Palacio de Carondelet, con la finalidad de entregarle al  Conde Manuel Ruiz   Urries  de Castilla, quien era el presidente de la Real Audiencia, un oficio mediante el cual se le había suspendido de sus funciones.      

De inmediato las autoridades españolas (peninsulares) organizaron ejecutar la rebelión movilizando tropas desde Guayaquil, Popayán y Pasto con la misión de tomar Quito y finalizar con los rebeldes; al ser apresados y condenados, el pueblo de Quito promovieron acciones para liberar a los patriotas encarcelados en el Cuartel Real de Lima (actual Museo de Cera), acto que terminó en la masacre de los próceres el 2 de agosto de 1810 en la que invadieron no solo los pobladores de los centros urbanos de Quito; sino también desde los alrededores, siendo participes toda la colectividad social.

El Ministerio de Cultura y Patrimonio, a través de la Subsecretaria de Memoria Social, recuerda a la “Revolución quiteña”, como el “Primer Grito de la Independencia.”